Justicia y excremento

La justicia puede estar podrida, pero los señalamientos críticos se tienen que hacer con ideas. Cuando la violencia desbocada y la sinrazón se imponen, se cae en el atropello y las ofensas viles. Si se deja caer el lema de que las ideas se combaten con ideas, entonces viviremos en el salvajismo.

El lanzamiento de excrementos contra la fachada del edificio de la Suprema Corte de Justicia indica a las claras que hay un desbordamiento incontrolable de las pasiones. Cuando el político se deja mover por el lodo de los desglasados o la falta de análisis, se convierte en un simple payaso social.

Los excrementos volando hacia el edificio de la Suprema levantan irritación colectiva. No es la edificación la que falla, son los hombres que mal interpretan los códigos o los mueven a su antojo. Lo que se necesita es levantar el discurso y afinar la crítica, para tratar de reparar entuertos.

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Además un grupo minúsculo de la población no se puede atribuir fuerza política para llevar a cabo acciones de esa envergadura. Seis desfasados de la realidad no tienen ni la fuerza comunitaria ni el conocimiento de la sociedad dominicana, para agilizar tan tremendista acción.

Tirar excrementos no pasa de ser una acción tremebunda de gente que no piensa, que tiene la cabeza para mal peinarse, y donde la consigna de que el respeto al derecho ajeno es la paz, constituye una letra muerta.

Compartimos las denuncias, pero rechazamos los excrementos. La mayor parte de la justicia dominicana luce maniatada por sus inconductas y sus ligerezas. La justicia puede ser un estamento intangible, soso, aéreo, si la mujer o el hombre encargado de ejecutarla no tienen la responsabilidad y el arrojo de defender la verdad.

Hay que luchar por una nueva justicia dominicana, que no tenga compromisos con el pasado, ni esté atada en el presente, que mire el sol de frente, sin temor de quemarse los ojos. Que pase la prueba de la honestidad, que sea objetiva, y hasta donde se pueda imparcial. Si la justicia no encuentra su camino, vendrá la hora de la vendetta. ¡Ay!, se me acabó la tinta.

La justicia puede estar podrida, pero los señalamientos críticos se tienen que hacer con ideas. Cuando la violencia desbocada y la sinrazón se imponen, se cae en el atropello y las ofensas viles. Si se deja caer el lema de que las ideas se combaten con ideas, entonces viviremos en el salvajismo.

El lanzamiento de excrementos contra la fachada del edificio de la Suprema Corte de Justicia indica a las claras que hay un desbordamiento incontrolable de las pasiones. Cuando el político se deja mover por el lodo de los desglasados o la falta de análisis, se convierte en un simple payaso social.

Los excrementos volando hacia el edificio de la Suprema levantan irritación colectiva. No es la edificación la que falla, son los hombres que mal interpretan los códigos o los mueven a su antojo. Lo que se necesita es levantar el discurso y afinar la crítica, para tratar de reparar entuertos.

Además un grupo minúsculo de la población no se puede atribuir fuerza política para llevar a cabo acciones de esa envergadura. Seis desfasados de la realidad no tienen ni la fuerza comunitaria ni el conocimiento de la sociedad dominicana, para agilizar tan tremendista acción.

Tirar excrementos no pasa de ser una acción tremebunda de gente que no piensa, que tiene la cabeza para mal peinarse, y donde la consigna de que el respeto al derecho ajeno es la paz, constituye una letra muerta.

Compartimos las denuncias, pero rechazamos los excrementos. La mayor parte de la justicia dominicana luce maniatada por sus inconductas y sus ligerezas. La justicia puede ser un estamento intangible, soso, aéreo, si la mujer o el hombre encargado de ejecutarla no tienen la responsabilidad y el arrojo de defender la verdad.

Hay que luchar por una nueva justicia dominicana, que no tenga compromisos con el pasado, ni esté atada en el presente, que mire el sol de frente, sin temor de quemarse los ojos. Que pase la prueba de la honestidad, que sea objetiva, y hasta donde se pueda imparcial. Si la justicia no encuentra su camino, vendrá la hora de la vendetta. ¡Ay!, se me acabó la tinta.