La hoguera de los dictadores
Trujillo, el dictador, visitó el país entero a lomo de caballo. Decía que sus mejores amigos eran los hombres de trabajo, del campo y de la ciudad. Le tocaba tratar de llegar al poder y mantenerlo en una sociedad netamente rural, en los primeros 30 años del siglo 20.
La religiosidad, la tradición, el apego a la tierra y el temor a las eternas montoneras, hicieron a esa gran masa irredenta creer los cantos fantasiosos del tejedor de ilusiones que fue Trujillo. Un producto de circunstancias históricas, y de la intervención militar norteamericana.
Trujillo vendió sus pelotas a los intervencionistas, acabando con los patriotas de la zona Este, que recibían el nombre de Gavilleros. Implacable con los enemigos, su triunfo se sintetizaba en la muerte inmediata de los vencidos.
Trujillo no creó las condiciones sociales en que naufragaba el país en el 1930. No fue un agente del destino, ni un salvador caído del cielo. El hombre es él y sus circunstancias. Trujillo fue el prestidigitador que vendió esperanzas de paz, de orden y de tranquilidad, con algo de pan.
Acabó con las montoneras, estableció la paz de los cementerios, trajo el pan y la estabilidad económica. Trujillo y Balaguer fueron producto final de dos intervenciones norteamericanas, pero hay sus diferencias.
Trujillo no pasaba de ser un mozo de cuadra y carnicero político que por sinecuras y el miedo puso a sus pies a la máxima intelectualidad dominicana. Se puede contar con los dedos de las manos al intelectual de su época que en un momento dado no colaboró con la dictadura. Balaguer era más refinado, un hombre ilustrado, sobre las espaldas del cual está el rastro de la represión, los crímenes y la violencia de los doce años.
Pero Trujillo y Balaguer contaron con el apoyo de la mayoría silente. Le respaldaron hasta el último momento. Lo desgraciado de nuestra historia es que no nos hemos podido librar del fantasma de Trujillo y la memoria de Joaquín Balaguer es el eje conductor de la vida política de hoy.
En camino a las próximas elecciones el país debe meditar. Estamos en la primera encrucijada del siglo 21. No es una época de montar a caballo, sino de utilizar las redes y el internet. Es el campo de la mayoría silente. Escribiendo, hablando, pero sin dar la cara.
Para las venideras elecciones los dominicanos tienen que rebuscar en su conciencia al momento de votar. Cuando un ciudadano teme a los resultados de unas elecciones, es porque hay desidia colectiva. El día de las votaciones es la única fecha en que un dominicano tiene verdaderamente derecho a voz y voto.
No debe desperdiciar ese momento. No se debe dejar llevar de profetas ni de magos con sonrisas de pasta dental. La solución de su hambre y su seguridad debe ser el motivo principal para iniciar la meditación. Es difícil porque el dominicano hoy vive una pesadilla, y se le hace difícil despertar para emprender la marcha hacia la búsqueda de soluciones y de alcanzar la felicidad y el desarrollo. ¡Ay!, se me acabó la tinta.