Pedro Santana
Sacar los restos de Pedro Santana del Panteón Nacional debe ser el primer paso para hacer una revaloración de nuestras figuras históricas. Desde el sangriento encuentro de dos razas, encabezado por Cristóbal Colon, hemos sido víctimas de los entreguistas.
Sería una falta de rigor histórico únicamente y en forma solitaria trasladar a la tierra los restos de Santana. De llevarse a cabo esa acción, también tendrán que ser revisados los reconocimientos históricos a otros farsantes de nuestra historia.
Creo que los restos de Pedro Santana deben salir del Panteón Nacional, pero no como acción aislada. No ha sido el único entreguista y vende patria, por lo que toda la culpa y la ira nacional no debe caer sobre él.
No se puede analizar a Pedro Santana en el año 2018, en el siglo 21, en un contexto distinto al que le tocó vivir. No puede ser sentenciado por analistas históricos en despachos de aire congelado y con los rictus de la hipocresía y el desplante. Santana fue un patán que no sabía leer ni escribir y su principal referencia personal está ligada a la crianza y sacrificio de animales.
Un peón de la historia, que en sandalia y su viejo machete de cortar matas, enfrentó a la intervención militar haitiana, sin tener propósitos idealistas, sin ver la urgencia de forjar un país, buscando a un reinado donde apoyar el hombro. Nunca pensó en una república libre e independiente, sino en poner el territorio local a los pies de España.
El idealista y forjador de la República Dominicana fue Juan Pablo Duarte, menospreciado en vida y en el recuento histórico. Obligado a un nuevo destierro cuando se hizo presente en la Guerra de la Restauración. Duarte pensaba en la libertad, y Santana en caer en brazos de España y seguir criando vacas.
A Santana hay que juzgarlo en su momento histórico, en su falta de visión, en la lucha intestina entre los que proclamaron la Independencia el 27 de febrero de 1844. Santana se hizo del poder con arrojo animal, y entregó a la naciente república al dominio español.
Pero hay que hacer también un mea- culpa de los dominicanos que no tuvieron los pantalones para proclamar una nueva independencia hasta el 1863. En 1861, el general Pedro Santana había arrebatado la presidencia a Buenaventura Báez, quien había quebrado la Tesorería de la Nación con grandes ganancias para sí mismo. Frente a una crisis económica, así como la posibilidad de un nuevo ataque de Haití, Santana pidió a España que retomara el control de su antigua posesión bajo la categoría de provincia tan solo 17 años después de la independencia.
Quiero a Pedro Santana fuera del monumento de recordación a los héroes, pero que también se baje del frontispicio histórico a farsantes y vende patria que han tenido una malsana incidencia en nuestras deformaciones sociales. Sacan al patán mientras glorifican a los de apellidos almidonados. Es una forma de también postrarse ante las falsedades de conciencia. ¡Ay!, se me acabó la tinta.